Jul 07, 2024 URGENTE YA NOTICIAS Ciencia 0
S. M. nació en 1965 y desde temprana edad sufría crisis epilépticas agudas.
Inicialmente se creyó que tenía un tumor cerebral que provocaba la epilepsia.
No obstante, el equipo médico comprobó que las crisis eran generadas por una atrofia bilateral en el interior del lóbulo temporal medial, en la amígdala.
Lo más llamativo de S. M. es que no reconocía el miedo.
Para producírselo, los investigadores la expusieron a serpientes y arañas vivas, la llevaron a un recorrido por una casa encantada y le mostraron películas de terror.
Cuando le pedían que dibujara el miedo, S. M. pintaba un bebé gateando.
El estudio se realizó y publicó en el año 2010.
Aquella investigación situó el miedo en el cerebro.
La paciente S. M. padecía Urbach-Wiethe, una extraña enfermedad que, entre otras cosas, inducía la formación de depósitos de calcio en la amígdala, con la subsiguiente lesión de las células que conformaban esta estructura cerebral.
La exploración neuropsicológica de S. M. reveló que su inteligencia estaba dentro de los valores normales, que estaban preservadas las diferentes funciones cognitivas y que no existían problemas motores ni sensoriales o perceptivos.
El principal deterioro que mostraba la paciente estaba relacionado con el procesamiento de la información emocional.
S. M. no mostraba dificultades a la hora de juzgar mediante fotografías las emociones que expresaban los rostros de diferentes personas, a no ser que fuera la de miedo.
Parecía como si fuera incapaz de comprender y entender las reacciones del miedo al mirar a los demás. No lo reconocía en el rostro de otras personas.
Sin embargo, desde el punto de vista teórico, S. M. era capaz de describir situaciones que podrían provocar miedo en las personas, y también era capaz de usar verbalmente diferentes conceptos para describirlo.
S. M. tampoco podía representar esta emoción mediante dibujos.
Cuando se le pedía que dibujase el rostro de una persona que está experimentando miedo, dibujaba la figura de un bebé a gatas.
Por el contrario, no presentaba ningún tipo de dificultad cuando tenía que dibujar el rostro de una persona que estaba experimentando otra emoción.
En el estudio publicado en diciembre de 2010, Feinstein, Adolphs, Damasio y Tranel intentaron provocar el miedo en S. M. exponiéndola a serpientes y arañas vivas (estímulos que habitualmente producen miedo en primates humanos y no humanos) en una tienda de animales exóticos, llevándola a visitar un supuesto hospital «encantado» y haciendo que visionara películas emocionalmente evocadoras de terror.
En ninguna de las ocasiones comentadas mostró el mínimo atisbo de miedo.
S. M. decía que odiaba las serpientes y las arañas y que intentaba evitarlas, pero al entrar en la tienda se sintió espontáneamente atraída y cautivada por la gran colección de serpientes.
Un empleado le preguntó si le gustaría sostener una serpiente y ella aceptó.
S. M. mostró una gran fascinación y curiosidad por el animal y comentó repetidamente: “¡Esto es genial!”, e hizo numerosas preguntas al empleado de la tienda (por ejemplo, “Cuando te miran, ¿qué ven?”).
Además, mostró un deseo compulsivo de querer “tocar” a las serpientes más grandes y peligrosas de la tienda.
Los investigadores llevaron a S. M. al Waverly Hills Sanatorium, un antiguo hospital ubicado en Louisville, Kentucky, considerado uno de los lugares más embrujados de Estados Unidos.
Los apasionados de lo paranormal describen apariciones espectrales y sonidos inexplicables y dicen que el quinto piso de Waverly Hills, conocido como el “Pasillo de la Muerte”, es particularmente activo en términos de actividad paranormal.
Este piso albergaba a pacientes terminales, y la leyenda sugiere que muchos fallecieron allí.
A su llegada, S. M. y el equipo de investigación fueron emparejados con un grupo de cinco mujeres (todas ellas desconocidas).
Desde el principio, S. M. condujo voluntariamente a todo el grupo por el hospital abandonado, sin mostrar ningún signo de vacilación al doblar esquinas o entrar en pasillos oscuros.
Mientras los demás miembros del grupo se quedaban rezagados, ella gritaba repetidamente: “¡Por aquí, chicos, seguidme!”.
Además de mostrar una marcada falta de miedo, S. M. ostentaba una inusual inclinación a explorar el lugar y un alto nivel de excitación y entusiasmo.
Por último, los investigadores utilizaron una selección de películas que inducían miedo y otros tipos de emociones, incluyendo asco, ira, tristeza, felicidad y sorpresa.
Durante las películas no relacionadas con el miedo, S. M. experimentó altos niveles de la emoción inducida por cada una de las películas.
Por el contrario, no mostró respuestas de miedo.
No obstante, comentó que la mayoría de la gente probablemente se sentiría asustada por el contenido de dichas películas, aunque ella no lo sintiera.
Esto demuestra que su pobre experiencia del miedo no puede explicarse totalmente por un déficit en su reconocimiento y comprensión.
A pesar de que la historia vital de S. M. está repleta de acontecimientos traumáticos, en ninguno ha mostrado manifestaciones de miedo.
Aquella investigación localizó en el cerebro el área responsable del miedo, aquella que S. M. tenía dañada.
La amígdala está supervisando constantemente la información que recibimos del entorno en busca de señales de peligro.
El sistema nervioso registra estímulos de importancia biológica, como serpientes o arañas, porque para nuestros antepasados estos animales constituían una amenaza.
De esta manera ha evolucionado de tal forma que nos permite reconocerlos y esto ayuda a nuestra supervivencia.
No obstante, la amígdala también se activa con estímulos positivos que tienen importancia para el individuo.
Lo hace en función de la experiencia previa.
De esta forma, mediante los mecanismos de memoria emocional que dependen de la amígdala, algunos estímulos no tienen importancia para unas personas y sin embargo son de cardinal importancia para otras.
El caso de la paciente S. M. puso de manifiesto la importancia de la amígdala en la identificación de expresiones faciales de miedo.
No obstante, diferentes trabajos que han seguido este caso clínico durante años han mostrado la contribución que puede desempeñar la amígdala en otros aspectos más complejos como, por ejemplo, la atención o la cognición social.
Comprendiendo el modo en que el cerebro procesa el miedo gracias a casos como el de S. M. podrían encontrarse tratamientos que impidan que el miedo se apodere de nuestras vidas.
*Diego Redolar Ripoll es profesor de Neurociencia y vicedecano de Investigación de la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya.
bbc
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